Otra jardinería es posible
Mònica Casanovas (bióloga) & Joan Parera (ingeniero técnico agrícola) - info@carex.cat / Artículo publicado en "Bricojardinería & Paisajismo", Nº 163, págs. 22-27.


Tradicionalmente, en la jardinería del litoral mediterráneo se han seguido unos modelos basados en la utilización preferente de plantas alóctonas, en detrimento de las autóctonas. Se pueden encontrar muchos ejemplos, desde plantas tropicales hacia el sur de la costa mediterránea hasta otras de subtropicales y de áreas templadas en ciudades de latitudes más altas.


Las causas que han llevado a la elección de estas especies son muy diversas:
- Los jardines botánicos del siglo XIX, que daban importancia al coleccionismo y a la acumulación de plantas espectaculares, introdujeron el gusto por las especies exóticas, singulares y muy diferentes a la flora autóctona. Este gusto por el exotismo se tradujo en la jardinería de los grandes equipamientos turísticos de la costa mediterránea española, que durante años han “vendido” un paisage subtropical en su oferta turística.
- La existencia de mucha producción literaria sobre horticultura ornamental pensada como textos de referencia para países de clima templado o húmedo, donde no tienen restricciones de agua para el riego.
- La relativa escasez de especies arbóreas en la cuenca mediterránea.
- Las modas surgidas en el campo de la jardinería a lo largo del tiempo.
- El poco conocimiento de las técnicas de cultivo de las especies autóctonas y la falta de disponibilidad en viveros comerciales.


Y así un largo etcétera que nos ha conducido a que, como hemos dicho antes, si nos centramos en los jardines del litoral mediterráneo (y los jardines históricos son un buen ejemplo), vemos como a lo largo de las décadas las prácticas de jardinería han ido seleccionando especies alóctonas. Y de entre ellas, las provenientes, mayoritariamente, de regiones subtropicales o templadas con lluvias estivales y que, por lo tanto, requieren riego abundante en verano.
La disponibilidad de agua para riego que hasta el momento ha habido en las ciudades, ha hecho que especies de climas más húmedos pudieran adaptarse, pero la situación está cambiando.


Tipologías funcionales en jardinería pública
A nivel funcional y estético, el modelo actual de jardinería pública se basa en las siguientes unidades:
- Césped como tapizante
- Arbustos y herbáceas para dar volumen
- Árboles de alineación y en parques urbanos para dar sombra en verano
- Plantas de temporada para conseguir floraciones abundantes


A nivel de requerimientos hídricos, las cuatro tipologías presentan la situación descrita anteriormente de una elevada necesidad de riego en verano, fruto en parte, de las causas arriba expuestas.


Pero si entramos en un estudio más detallado, vemos que también existen causas funcionales para la elección de estas especies. Generalmente se espera que las zonas ajardinadas se mantengan verdes durante las cuatro estaciones, que tengan un aspecto frondoso, unas floraciones espectaculares en primavera, que las cespitosas puedan ser pisadas, que los árboles pierdan las hojas en invierno, etc. Y es a este nivel donde, en algunos casos, ha sido difícil cambiar las plantas utilizadas hasta el momento por otras con menos riego.


Sin embargo, la escasez de agua puede invertir esta situación. Ante una falta de aporte hídrico, las especies adaptadas al clima mediterráneo tienen un mejor comportamiento, aspecto y mayor capacidad de supervivencia.


Otra jardinería pública es posible y muchas administraciones han apostado ya por ello. Sólo hace falta un cambio en la percepción estética de las áreas verdes por parte de los ciudadanos para que este nuevo modelo tenga una plena aceptación.


Características morfológicas de las especies adaptadas al clima mediterráneo
Para aceptar este nuevo modelo de verde urbano es necesario comprender las estrategias que utilizan las plantas mediterráneas para sobrevivir a su época del año más desfavorable, el verano, caracterizado en nuestro clima por la coincidencia de la estación seca con la época más calurosa del año.


Estas estrategias fisiológicas se reflejan en la morfología, sobre todo en la de la hoja, al ser éste el órgano a través del cual la planta pierde agua.


El primer fenómeno morfológico que encontramos y que define el tipo de vegetación mediterránea, es la esclerofilia. Las hojas esclerófilas permanecen en la planta durante un año o más y nunca se renuevan todas a la vez, de manera que la vegetación mediterránea es básicamente de hoja persistente (Quercus ilex, Rhamnus alaternus, Phillyrea angustifolia, Phillyrea latifolia, Pistacia lentiscus, Arbutus unedo, Olea europaea var. sylvestris). Hay que exceptuar, claro está, aquellas plantas que viven en zonas más húmedas y que pierden la hoja en invierno, como por ejemplo los árboles y arbustos de ribera (Populus nigra, Polulus alba, Alnus glutinosa, Fraxinus angustifolia, Cornus sanguinea, Corylus avellana). Aunque de todos modos, en este segundo caso se trata de vegetación más centro y norte europea, que es capaz de penetrar en la región mediterránea gracias a los ríos, en la llamada entrada “en galería”.


Las hojas esclerófilas son endurecidas, con una inversión de material estructural muy fuerte y que, por lo tanto, deben conservarse en la planta durante el máximo tiempo posible. Construir una hoja con estas características tiene sentido si tenemos en cuenta que el invierno y el otoño mediterráneos no son excesivamente duros y que, por lo tanto, hay momentos en que las temperaturas son lo bastante suaves (y además hay suficiente agua) como para que la planta pueda aprovechar también para crear parte aérea, a parte del crecimiento que se produce en primavera. Son “corredoras de fondo”, que están preparadas para aprovechar cualquier momento del año para crecer, si se dan las condiciones adecuadas.


A parte de la esclerofilia, o paralelamente a ella, las hojas pueden presentar otras estrategias encaminadas a perder la mínima agua, como la pilosidad (Stachys byzantina, Phlomis italica, Salvia officinalis, Dorycnium hirsutum, Medicago marina). Ésta genera una rugosidad en la superficie de la hoja, ya sea el anverso o el reverso, que evita que el agua se elimine fácilmente de su superficie por efecto de la diferencia de gradiente de humedad entre el interior y el exterior.


Otra adaptación a la sequía por parte de las hojas es la de presentar los márgenes revoludos o involudos (Rosmarinus officinalis, Thymus vulgaris, Lavandula latifolia), el efecto de la cual sería muy parecido al anterior. O tamibén acumular agua en sus tejidos, como ocurre en las plantas crasas (Sedum sp.).


En casos más extremos, la evolución ha optado por reducir la superficie de la hoja (Rhamnus lycioides ssp. lycioides, Lycium intricatum) hasta el límite de que la planta puede perderlas todas en estado adulto (Spartium junceum, Retama monosperma, Retama sphaerocarpa, Genista cinerea). Entonces, la capacidad fotosintética pasa directamente al tallo (que apenas tiene estomas y no pierde tanta agua), y por eso es de color verde.


Finalmente, un caso particular es la pérdida de turgencia de la hoja en verano, e incluso la pérdida de hojas enteras, en aquellas especies que no han invertido tantos recursos en producir hojas esclerófilas (Cistus sp.).


El resultado de muchas de estas estrategias de adaptación es una fisonomía muy aprovechable des del punto de vista ornamental, ya que proporciona una variedad de formas, colores y texturas que pueden contrastar unas con otras y pueden añadir interés al jardín en aquellas estaciones distintas a la primavera, cuando las floraciones son más escasas.


Tapizantes
Volviendo a las tipologías utilizadas en jardinería urbana, una de las características a nivel de uso más difíciles de conseguir, es la presencia de plantas cespitosas verdes todo el año y resistentes a ser pisadas. La gran superficie expuesta a la luz respecto al poco volumen de planta, hace que estas especies se sequen muy deprisa en los climas áridos. Pero existen otras especies de porte tapizante que presentan algunas de las adaptaciones foliares a la sequía descritas anteriormente, o que tienen aparatos radiculares potentes o partes aéreas lignificadas que las hacen más resistentes a la aridez. Salvo excepciones, no hacen grandes recubrimientos, algunas tienen poca resistencia al tránsito de personas (Frankenia laevis, Dymondia margaretae, Matricaria tchihatchewii, Cerastium tomentosum, Achillea chrysocoma, Sedum sp.), otras pierden las hojas en invierno (Lippia nodiflora),... Sin embargo, pueden ser unas buenas sustitutas de las cespitosas siempre que no pensemos en grandes extensiones monoespecíficas y potenciemos la combinación de diferentes especies con áridos.


Así, mientras unas especies pierden las hojas en invierno, otras las mantienen; las distintas floraciones o coloración y textura de hojas ayudan a mantener el interés ornamental a lo largo de las estaciones; las diferencias en las dimensiones permiten crear dinamismo a través de pequeños cambios de volumen. Al mismo tiempo, los áridos proporcionan reductos donde los ciudadanos pueden descansar, circular, etc, sin añadir una presión excesiva sobre las plantas ni renunciar al verde circundante.
Otro recurso interesante a la hora de crear áreas tapizantes es la combinación de las especies de las que hemos hablado con bulbos (Muscari neglectum, Gladiolus communis, Allium sp., Ornithogalum narbonense, Anemone coronaria, Brimeura amethystina, Sternbergia lutea). Correctamente mezclados, permiten augmentar la gama de especies de bajo mantenimmiento con floraciones interesantes. Aunque muchas de las especies bulbosas no mantienen su parte aérea durante todo el año, combinadas con otras especies persistentes amplían los períodos de floración del conjunto ajardinado. Añaden, a su vez, un factor de estacionalidad sin perder las ventajas que ofrecen el resto de plantas perennes con las que conviven.


Arbustivas y herbáceas
El mismo patrón descrito anteriormente para las especies tapizantes puede ser válido también para plantas arbustivas. El diseño de parterres usando diferentes especies y aprovechando la variabilidad morfológica (texturas, colores, etc) que ya hemos comentado, permite, siempre que haya una planificación previa, disfrutar de jardines de calidad con un bajo mantenimiento.


Las únicas tareas que hay que prever son un poda anual o bienal, en el momento del año adecuado, para evitar el envejecimiento y la lignificación; el acolchonado del suelo para impedir la aparición de malas hierbas entre los arbustos; algún riego al mes durante el verano. Estos riegos mínimos permiten que las plantas se mantengan con una calidad aceptable, sobre todo las que presentan como estrategia a la sequía la marchitez de las hojas, y que algunas floraciones puedan prolongarse en el tiempo. Conocer las características microclimáticas y edáficas de cada zona ajardinada es básico para saber con que frecuencia hay que aplicar estos riegos. De todas formas, es muy importante que sean espaciados en el tiempo (para evitar una humedad permanente que, unida a las altas temperaturas del verano, fomentaría la aparición de enfermedades fúngicas) y abundantes en el momento de realizarlos (para favorecer el crecimiento en profundidad de las raíces). Este patrón sería igualmente aplicable a las tapizantes y las otras tipologías funcionales mencionadas anteriormente.


Las posibilidades compositivas con arbustivas y herbáceas de bajo mantenimiento son muchas y dependen de la localización de la zona verde, las condiciones climáticas y edáficas, y el uso que se le pretenda dar. Así, Pistacia lentiscus, Phillyrea angustifolia, Phillyrea latifolia, Rhamnus alaternus, Olea europaea var. sylvestris, Juniperus sp., por ejemplo, no tienen floraciones interesantes pero proporcionan estructura al jardín y crean un marco donde contrastan otras especies con tonalidades más glaucas como Phlomis sp. o Cistus albidus. Éstas aportan color al conjunto tanto en primavera por sus floraciones, como el resto del año por el contraste también de texturas con las hojas esclerófilas de las otras. Viburnum tinus, Genista monspeliensis, Erica sp., Euphorbia sp., Coronilla valentina ssp. glauca, Medicago arborea, Salvia sp. aportan color y floraciones en épocas donde éstas escasean. Las gramíneas y ciperáceas, como Festuca glauca, Festuca costei, Avenula pratensis, Lygeum spartum, Carex muricata ssp. divulsa, Stipa sp., añaden movimiento y cambios de texturas…Y así podríamos seguir con muchos más ejemplos.


Pero estas especies arbustivas no sólo son válidas para parterres, sino que también pueden tenerse en cuenta a la hora de realizar setos. Algunas de ellas admiten muy bien las podas frecuentes, de manera que se pueden conseguir setos ordenados y vegetados desde la base (Pistacia lentiscus, Olea europaea var. sylvestris, Phillyrea angustifolia, Phillyrea latifolia, Rhamnus alaternus, Quercus coccifera). Lo único que hay que tener en cuenta es que tienen un crecimiento más lento y limitado que algunas de las cupresáceas usadas hasta el momento. Partir de ejemplares con porte especialmente producido para esta finalidad puede ser una solución.


Plantas de temporada
Una de las modalidades de verde urbano donde más recursos económicos destina la administración, es la plantación de temporada para conseguir floraciones abundantes. La renovación de estas plantas a cada estación supone una inversión de material y mano de obra que podría reducirse sustituyéndolas por especies vivaces (Nepeta x fassenii, Phlomis herba-venti, Catananche caerulea).


A grandes rasgos, las especies vivaces pierden su parte aérea en invierno, volviendo a brotar en primavera. Algunas mantienen sus yemas protegidas a ras de suelo en invierno y otras pasan la estación desfavorable con órganos de almacenamiento subterráneos (bulbos, rizomas o tubérculos). Muchas de ellas tienen floraciones abundantes o vistosas temporalmente, lo que permite disfrutar de esta característica sin tener que renovarlas cada año.


Cabe incluso la posibilidad de que algunas especies que en zonas con inviernos fríos se comportan como vivaces (Dicliptera suberecta, Lobelia laxiflora, Convolvulus mauritanicus), en otras con temperaturas invernales más suaves (como las próximas a la costa), mantengan la parte aéra todo el año. También se puede plantear la combinación de vivaces con otras especies perennes que permitan la presencia de vegetación a lo largo del año.


Establecimiento de un jardín de bajo mantenimiento
En este punto creemos que es importante hacer un inciso en la calidad de la planta. Durante mucho tiempo se ha venido barajando sobre la conveniencia de que una planta, para que pueda adaptarse a condiciones climatológicamente duras, tiene que haber sido cultivada también bajo un régimen estresante. Sin embargo, estudios recientes en el campo de las restauraciones ambientales (donde las plantas se ven sometidas durante su implantación y posterior mantenimiento a condiciones incluso más duras que en xerojardinería) apuntan a otras estrategias.


Una planta considerada de calidad en jardinería con poco riego, es aquella que ha recibido el agua, los nutrientes y cuidados necesarios para que pueda suministrarse con unas raíces sanas y bien formadas, proporcionadas al tamaño aéreo, y unas buenas reservas que faciliten un rápido crecimiento radicular. Estas características permiten una mejor preparación para resistir la primera estación seca y más garantías de cara a la supervivencia durante el primer año.


Pero a la vez, para el establecimiento de especies de bajo mantenimiento de cualquiera de las tipologías de verde urbano de las que hemos hablado, no és suficiente con una planta de calidad. Hay que tener en cuenta también una serie de consideraciones que, no por senzillas dejan de ser importantes, cuando no fundamentales. Algunas de ellas ya se han comentado en distintos puntos de este artículo, pero creemos conveniente repetirlas a modo de resumen:


1. Conocer los condicionantes climáticos y edáficos de cada zona. Variaciones en la humedad ambiental, el régimen de vientos, las temperaturas invernales, la naturaleza del suelo (pH, granulometría, etc), pueden hacer variar el aporte hídrico que necesita una planta.
2. Asesorarse bien sobre la morfología y los requerimientos de cada especie.
3. Preparar el terreno para conseguir un buen drenaje (ya sea a través de los materiales, orografía, etc) y evitar sustratos demasiado ricos en nutrientes. El encharcamiento es muy perjudicial para las especies de clima mediterráneo, especialmente si se produce en verano, ya que favorece la aparción de enfermedades fúngicas y la asfixia radicular. Referente a los nutrientes, estas especies están habituadas a crecer en suelos relativamente pobres y, generalmente, su exceso produce unos crecimientos demasiado largos, que desestructuran el porte de la planta.
4. Priorizar la variedad de especies frente a las composiciones monoespecíficas, para que las diferencias fenológicas existentes en plantas mediterráneas en una misma época del año, no supongan una bajada en la calidad del jardín. Del mismo modo, con el tiempo se llega a establecer también un equilibrio y una selección natural entre ellas, afectanto al mínimo la fisonomía del conjunto.
5. Agrupar aquellas plantas que tengan las mismas necesidades, sobre todo hídricas y evitar plantaciones en contacto con zonas que se rieguen con frecuencia.
6. Plantar en la época adecuada evitando, generalmente, hacerlo en pleno verano. Cuando llega esta estación, las plantas tienen que haber establecido y extendido ya sus raíces para poder soportar mejor la sequía.
7. Cubrir los espacios entre las plantas con algún tipo de acolchado para evitar la pérdida excesiva de humedad edáfica y la aparición de malas hierbas.
8. Regar sólo cuando sea necesario, pero de forma abundante. Se favorece así el crecimiento en profundidad de las raíces y, espaciando los riegos en el tiempo, se evita la aparición de enfermedades fúngicas.
9. Realizar una poda anual o bienal, en el momento adecuado, para evitar el envejecimiento de la planta y favorecer que rebrote desde la base.
10. Aprovechar la variedad cromática y de texturas de las plantas mediterráneas, para conseguir jardines interesantes las cuatro estaciones del año.

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